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ARTE - La pintura española durante el siglo de oro
Un pequeño grupo de pintores forma la transición del siglo XVI al XVII, en que se acentúa el
realismo
en forma notable. Mencionaremos entre
ellos a FRANCISCO PACHECO,
FRANCISCO DE HERRERA, llamado el Viejo, y JUAN DE LAS ROELAS, pintores estimables
los tres por sus diversas producciones.
El gran siglo de oro cuenta con tres centros principales: Valencia, Madrid y Andalucía. En
Valencia encontramos una de las grandes figuras de la época: JOSE DE RIBERA (1591-1652),
llamado "El Españoleto", porque la mayor parte de su vida la pasó en Italia, pero sin renegar de
su nacionalidad española. Ribera es ya un pintor barroco que ha sabido aprovechar la
enseñanza de los italianos, especialmente del Caravaggio: la del modelo iluminado por un solo
lado, de modo que gran parte queda en la sombra, es decir, se subraya el contraste del
claroscuro. Por eso ha sido llamado Ribera "el rey de los pintores tenebristas": gusta de fondos
sombríos y en ellos se destaca, fuertemente iluminada, la carne de sus personajes surcada de
arrugas, con un realismo completamente español. Ribera no ha sido lo bien estudiado que
merece: existe en él un misticismo que, si no es comparable al del Greco, no es menos intenso y
no deja de poseer magníficos recursos.
El centro pictórico de Madrid, en la época de Felipe IV, se ve deslumbrado por un nombre
glorioso: DIEGO RODRIGUEZ DE SILVA Y VELAZQUEZ (1599-1660),
fue discípulo de
Pacheco, de quien adquirió la precisión de dibujo, y se casó con la hija de su maestro, según
costumbre muy frecuente entre los pintores. Velázquez es uno de los más grandes pintores de
España. Su arte es variado, pues va desde las pinturas de bufones y enanos de la corte hasta los
grandes cuadros que hoy se admiran en los museos. Las Meninas y Las Hilanderas son
consideradas como las pinturas más bellas que haya creado este artista. Su técnica, es decir, su
manera especial de pintar, goza de grandes recursos, pues sabe moverse dentro del realismo
característico del arte español, sin que pueda comparársele con otro artista de la época. La
crítica de la pintura de Velázquez ha superado lo que se decía antes acerca del maestro.
Quienes deseen salir de este cartabón, pueden consultar el pequeño y gran libro escrito por
José Moreno Villa acerca de Velázquez. Destaquemos nosotros solamente la enorme influencia
que a través del tiempo ha ejercido su pintura. Cuando a fines del siglo XIX, como veremos
oportunamente, el impresionismo crea toda una revolución artística con su propósito de pintar
antes que nada la luz natural, Velázquez, con sus telas claras y llenas de una atmósfera
luminosa, será uno de los maestros reverenciados de los impresionistas, quienes verán en él a
un precursor. Porque Velázquez fue, más que ninguna otra cosa, al pintor de la luz.
Dos nombres imperan en Madrid en la época de Carlos II: JUAN CARREÑO DE MIRANDA
(1614-1685) y CLAUDIO COELLO (1624-1693). Es Carreño, antes que nada un retratista, sabe
reproducir los ampulosos vestidos de su época a la perfección, pero su retrato no es
simplemente el retrato superficial que se limita a la tela o a la tez. De sus admirables retratos de
Mariana de Austria, deducimos que este hombre sabía traducir a la tela, no sólo las formas,
sino los efectos, las cualidades. Su pincel sobre los labios de esta reina vestida de monja, es un
pincel sensual que revela en su obra toda la femineidad del modelo.
Claudio Coello fue también retratista y su obra más famosa la encontramos en el Escorial: el
cuadro en que Carlos II y su corte adoran la custodia. La ciencia del pintor es notable, la
perspectiva es tan perfecta que el cuadro parece una continuación real de la estancia.
Otro grupo de pintores de segunda magnitud aparece en Madrid. Mencionaremos entre ellos,
como el más notable, a MATEO CEREZO (1626-1666). Entre las obras de Cerezo sobresalen
algunos Bodegones. El arte realista de este hombre sabe reproducir a maravilla, en sus cuadros,
infinidad de objetos: comestibles, verduras, animales, trastos, toda esta serie de cosas que
forman lo que se llama naturaleza muerta, y a la cual, valga la paradoja, el artista ha sabido
darle vida.
Andalucía florece pictóricamente en tres centros: Sevilla, Córdoba y Granada. En Sevilla
existen tres pintores que bastarían para dar honra a cualquier
país: FRANCISCO DE
ZURBARAN, BARTOLOME ESTEBAN MURILLO y JUAN DE VALDES
LEAL. Es Zurbarán
(1598-1664) un pintor semejante a Ribera, así en el gusto por los cuadros sombríos con figuras y
contraste de luz, como por sus perfecciones técnicas. Pinta una serie ele monjes, en cuya
vestidura blanca se revela el genio del artista y al lado de ellos una serie de santas vestidas a la
moda del siglo XVII, en el más delicioso y atrayente de los anacronismos.
Al lado de Zurbarán, Murillo parece un pintor fácil: una especie de Rafael frente a Miguel
Angel. Sin embargo, el gran sevillano produjo un arte muy variado. Hoy no se aprecian tanto
como en tiempos pasados sus Purísimas, que produjo en gran cantidad; pero nadie niega el
mérito de sus cuadros de género, es decir, sus escenas típicas de arrapiezos sevillanos, o de
gitanas disfrazadas muchas veces de santas.
MURILLO. En cierto modo menospreciado por la crítica moderna, Murillo debe ser
considerado como una valiosa expresión del barroquismo pictórico español. Este cuadro
representa a Santo Tomás niño dividiendo sus ropas con los niños pobres.
Juan de Valdés Leal (1622-1690) sabe llevar el realismo hasta extremos horripilantes. Nadie
olvidará, si los ha visto una vez, sus famosos cuadros del hospital de la Caridad, en Sevilla: El
triunfo de la Muerte y El tránsito de las glorias mundanas; es una sátira terrible contra la
vanidad del mundo, que él ha reducido a nada, a escombros, a esqueletos, a objetos putrefactos:
al cadáver del obispo, con rica mitra y báculo de oro en las manos, casi le percibimos el olor de
la carne atenaceada por los gusanos. El arte, sirviendo un fin moral, es aquí verdaderamente
macabro.