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ARTE - La escultura y la pintura francesas en el siglo XVIII
Durante esta centuria, el movimiento escultórico francés abandona el clasicismo un poco
forzado de la época anterior para tornarse en algo lleno de vida y de gracia. El escultor más
famoso de la época, Houdon, reproduce maravillosamente, no sólo la figura humana, sino el
espíritu; así es su famosa estatua de Voltaire, en que vemos no solamente la cabeza surcada de
arrugas, sino el fuego vivo que surge de su mirada, como si tradujera toda la malicia y toda la
sátira, a la vez que toda la finura de aquel prodigioso espíritu. Por lo que se refiere a la pintura,
existen dos escuelas que se dividen el siglo: por una parte surge una nueva modalidad muy
francesa, acaso la más francesa que haya producido la pintura y por otra, se vuelve a la
tradición clásica.
Durante la primera mitad del siglo XVIII florece WATTEAU (1684-1721) uno de los genios
pictóricos de Francia. Este pintor sabe adaptarse como ningún otro a la decoración rococó de
los Luises; pintura frívola, galante, que reproduce las fiestas de su época con aquellos trajes
que por sí solos eran obras de arte, y con toda la ligereza y elegancia de la Francia versallesca
del siglo XVIII. Es intérprete inigualable de la mujer francesa, modelo de gracia, de coquetería
y de vanidad. Pero sobre todas estas características, existe en Watteau un sentido de la armonía,
de la belleza, de la euritmia que, repetimos, lo hace el más francés de todos los pintores.
Naturalmente Watteau tuvo muchos imitadores: el medio era propicio y la riqueza abundante;
pero donde Watteau lograba crear obras verdaderamente personales, sus imitadores incurrían
en la vulgaridad frívola, tomando únicamente el aspecto externo del arte y nunca el fondo del
fenómeno, como había hecho Watteau.
LOS CAMPOS ELISEOS. Watteau fue el pintor máximo del siglo XVIII francés, en el dominio
del color, la gracia y el ritmo. Representa, como Boucher, la Francia del rococó y los Luises.
Así son BOUCHER (1703-1770) pintor de pastoriles, de mitologías galantes y FRAGONARD
(1732-1806) que exagera la nota galante, pero gusta también de temas ridículos. El primero,
pintor favorito del rey, muy combatido por Diderot, revela inequívocamente en su arte
siempre cortesano y amable, el temperamento de un gran pintor. Su sensualismo no se expresa,
como en la mayoría de sus rivales e imitadores, exclusivamente por conducto del tema galante
que describe, sino que este tema cobra vida, calor en la misma carnalidad de sus desnudos, la
frescura de sus flores,
en suma, la viviente
gracia de su forma y su
color. Estas cualidades
hicieron que, andando el tiempo, pintores modernos como Renoir le reverenciaran como a un
maestro, cosa que
en cierto modo ocurre también con Fragonard, aunque en la
obra de este
artista existan muchas telas que no lograron sobrevivir, por su excesivo convencionalismo, al
paso del tiempo.
CHARDIN. "La fuente de cobre" se llama esta notable tela de Chardin, cuyos temas humildes
se iluminan con una luz inigualable y preciosa. (Museo del Louvre)
La escuela que florece en la segunda mitad del siglo XVIII, y que se opone tenazmente al rocoto
cortesano de Boucher bajo el patronazgo teórico de Diderot, parece una remembranza del arte
burgués de Holanda, y encuentra su representativo más conspicuo en CHARDIN (1699.1779).
Si se hubiera usado el término, le hubieran llamado "un intimista", porque eso es, antes que
nada, ya que son escenas familiares, de niños y de familia, lo que le gusta reproducir. GREUZE
(1725-1805) pretende ser un pintor moralista, pero apenas logra conmovernos con su
sensiblería superficial.
Deben citarse también en este siglo, a JOSEPH VERNET (1714-1789), autor de celebrados
paisajes y marinas, MAURICE QUENTIN DE LA TOUR (1704-1788), pintor
cortesano a quien se debe uno de los más difundidos retratos de la célebre Madame de
Pompadour, CARLE VAN LOO (1705-1765), y su hermano MIGUEL, autor de un difundido
retrato de Diderot.