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ARTE - El arte egipcio
Ese interesante país que se  extiende a orillas del Nilo, río del
cual depende su vida, ha
producido una de las manifestaciones artísticas más valiosas de la humanidad. Su historia
comienza el año 5000 a. de J. C. y comprende tres grandes períodos que tienen por centro las
capitales del Imperio: el primero, Memfis; el segundo, Tebas; y el tercero, Sais. Corresponden a
los cuatro períodos de su Imperio: el Viejo Imperio, el Imperio Medio, el Nuevo Imperio y el
período Saíta, que abarca la decadencia. Después, se prolonga en la época llamada de los
Ptolomeos.
Es el arte egipcio una manifestación eminentemente religiosa que; como hemos visto en el
capítulo anterior, corresponde en su casi totalidad a la época del Bronce, con la particularidad
de que su realismo se ve constreñido por cánones impuestos por esa misma religión, y los
cuales continúan sin duda el espíritu abstracto del Neolítico, en el que hunde sus raíces la
primitiva cultura memfita. Se continúa así en el arte egipcio el espíritu monumentalista propio
del arte megalítico (de las grandes piedras) que es característico de la segunda Edad de Piedra,
aplicado fundamentalmente al culto de los muertos, aunque en este caso ya con ideas religiosas
cada vez más complejas. Por eso sus monumentos son templos o sepulcros. El templo más
antiguo es propiamente una escultura: la famosa esfinge de Gizeh. Es bien sabido que consiste
en un cuerpo de león, con busto y cabeza de mujer.
La escultura puede diferenciarse en los tres períodos de apogeo y en la época
Saíta: en "el
período de Memfis, se trabaja en materiales suaves: piedra calcárea y madera; en la época
tebana se usa el granito, y en el arte salta, materiales negros y duros, como el basalto.
La escultura en madera presentaba vivas coloraciones y los ojos aparecían figurados, a veces,
con vidrios de color, envueltos en láminas de metal.
Cuando el Egipto penetra en la Edad del Bronce (época memfita), sus esculturas tratan de
profundizar el realismo de la expresión, aun cuando su arquitectura siga obedeciendo los
cánones clásicos. Esta fidelidad al modelo, vinculada al hecho de que los egipcios creían que el
muerto seguía viviendo, en su imagen, hizo que en un principio la escultura presentara un
gran realismo, pues reproducía fielmente las características del modelo, sobre todo en las
estatuas funerarias. Desgraciadamente, pronto cayó en la rutina, en la uniformidad y los
cuerpos se tornaron rígidos, hieráticos, hasta llegar a una monotonía en la que se vuelve a
advertir el imperio de las normas y los cánones clásicos. Sin embargo, los rostros siempre
ofrecen expresión. Tres clases de escultura podemos reseñar: primero, los retratos, que florecen
sobre todo en la época memfita ya mencionada, que se caracterizan por su realismo y vida; a
esta época corresponde una obra famosa en los anales del Arte: El Escriba Sentado, que se
conserva en el Museo del Louvre. Durante la época tebana florecen, sobre todo, las estatuas
monumentales, dijéranse creaciones de gran arquitectura, más que de escultura, y así son los
famosos colosos de Memnón y de Ipsambul; igualmente a esta época pertenece la esfinge que,
como hemos dicho, no sólo es estatua, sino templo: está tallada en la misma roca y mide
diecinueve metros ochenta centímetros de altura. La tercera clase de escultura egipcia está
constituida por los relieves. El relieve egipcio es un ornamento arquitectónico que cubre los
muros de los edificios; reemplaza la perspectiva sobreponiendo líneas paralelas en
que las
figuras aparecen en fila. Una de las características del relieve egipcio es la llamada ley de la
frontalidad: el torso aparece visto de frente, en tanto que las cabezas siempre se ven de perfil.
Estos bajos relieves se elaboran en tres maneras: en la primera se limita a un simple grabado,
obtenido con un instrumento aguzado; en la segunda, se rebaja el fondo alrededor de la figura
que es el procedimiento más usual, y en la tercera, se talla el relieve en una parte ahuecada de
antemano. Casi todos los relieves presentan carácter hierático: figuras rígidas que carecen de
movimiento y en las que no se da importancia a los detalles.
El realismo debe buscarse en la reproducción perfecta del tipo étnico egipcio:
cara redonda,
frente estrecha, labios gruesos, espaldas anchas, pectoral abombado y pies planos.
No existe propiamente la pintura en Egipto, en el sentido moderno. Es siempre un auxiliar de
la escultura. Las estatuas están pintadas con colores puros,' es decir, sin sombras, así como los
bajos relieves. Se emplea color al agua mezclado con resina; las estatuas masculinas se pintan
de rojo; las femeninas de amarillo claro. El artista egipcio es un gran observador, y así
reproduce los animales con gran fidelidad. Su pintura está llena de convencionalismos:
sobrepone los personajes, no existe perspectiva, emplea también aquí la ley de la frontalidad.
Perrot nos da la siguiente opinión acerca de la escultura egipcia: "En la representación de los
individuos y en la de las razas, su escultura es testimonio de una aptitud singular para captar y
reproducir las facciones particulares de los seres que observa; sabe crear tipos que se elevan a
la verdad general sin ser extraños a la realidad. Sus estatuas reales se imponen al espíritu, y
son verdaderamente grandes, menos aun por su dimensión, a veces colosal, como por su estilo,
por su expresión de calma y de gravedad pensativa...; en sus bajos relieves y en sus pinturas se
admira como un sentimiento penetrante de las diversidades de la vida, la pureza del contorno,
la exactitud y la libertad del dibujo."
EL REY QUEFREN. Perteneciente a la época memfita, esta estatua es un ejemplo notable del
realismo egipcio, lleno de vida y de misterio.