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ARTE - El arte caldeo, asirio y persa
Los pueblos que habitaron la cuenca de los ríos Tigris y Eufrates
produjeron un arte muy
personal. Se encuentran antiquísimos relieves en Tello y la estatua más famosa que produjeron
estos hombres es la del rey Gudea,  cuyo cuerpo se encuentra en el Louvre de París. La figura
está decapitada, pero muestra gran fidelidad de postura y detalles cuidadosamente trabajados.
Bien famosos son a través de la historia los bajos relieves mesopotámicos; sus características
son las siguientes: están trabajados en piedra suave, de ahí que sus salientes sean muy
vigorosas para marcar la musculatura; todos ellos muestran gran potencia de movimiento y
energía en el modelado. Los cuerpos humanos aparecen siempre vestidos, al contrario de los
egipcios, que los representan siempre desnudos; por esta circunstancia los contornos son
mucho más gruesos que los de los egipcios. Los bajos relieves representan, generalmente,
escenas de caza o de guerra, y rara vez se encuentran temas de funerales. Uno de los relieves
más hermosos del arte asirio es el que representa una leona herida por flechas.
Figuras características del arte asirio, así como la esfinge lo es del arte egipcio, se encuentran en
los famosos toros alados, que ornaban en filas las entradas de los templos. El toro alado
presenta cabeza de hombre barbado, y en esa barba se encuentra una de las características de
este arte, pues el cabello está ensortijado, formando pequeños discos en línea. Con objeto de
que presenten un aspecto realista, estos toros alados tienen cinco patas, para que vistos de
perfil conserven la actitud del movimiento.
A este respecto, debemos recordar que el arte mesopotámico ha sido el producto de varias
civilizaciones y razas, entre ellas y la más importante, la semita, siendo precisamente el hombre
barbado una característica aportada por ellos. En efecto, con los acadios (hacia 2800 a. de J. C.)
esta raza reemplaza a los sumerios, antiguos habitantes de raza no semita (su origen se
desconoce) cuyas directivas artísticas generales (desde el 3300 a. de J. C.) son seguidas por los
semitas, pero con la característica, entre otras, de proveer a sus figuras escultóricas de la clásica
barba semítica, pues el arte súmero representa sus retratos con el rostro rasurado. Este tipo de
hombre barbado de los semitas, con sus rizos ensortijados, se continúa a través de todo el arte
mesopotámico, en tiempos de un segundo predominio de los sumerios (al que corresponde el
citado rey de Gudea) de Dungi (2500 a. de J. C.), de la Babilonia (2200 a. de J. C.), donde
vuelven a predominar los semitas, hasta los tiempos de Hamurabi (2000 a. de J. C.) emperador
que se apodera de toda Siria, en el que el tipo se fija en el citado toro antropocéfalo. Es este arte,
como se ve formado por un aporte originario no semita (súmero) y otro semita (acadio), el que
se desarrollará a partir de Hamurabi como lo que hoy conocemos con el nombre de arte asirio.
Los asirios, que parecen haber sido una tribu hetita babilonizada, desarrollaron este mismo
arte bajo la influencia de la tradición súmero-acadia, el cual llega a su apogeo en tiempos en
que se ha instaurado ya el Imperio Asirio (el palacio de Sargón, en el 722-705 a. de J. C.) y
especialmente en tiempos del famoso Asurbanipal, llamado también Sardanápalo (668-662 a.
de J. C.). Un ejemplo del arte de esta época es la leona herida por flechas ya citada, que es uno
de los relieves cinegéticos mandados hacer por este emperador, y en donde la síntesis y el
realismo se funden en una expresión de fuerza y de elegancia formal realmente magnífica.
Posteriormente, tanto la pintura como la escultura pasan ya al servicio exclusivo de la pintura.
Es cierto que la finura con que los asirios han reproducido las telas, el cuidado que ponen en el
peinado de sus personajes, revelan unas dotes de observación muy refinadas, pero toda la
escultura del arte de esta época, llamado ninivita por la entonces capital del Imperio, Nínive,
está supeditada al arte de construir: es un ornato arquitectónico.
Lo mismo puede afirmarse de la pintura ninivita. Se reduce a aplicaciones sobre ladrillo de
estuco coloreado, y se emplea para fabricar losetas esmaltadas, que más tarde aprovechará
Persia y que, al correr de los siglos, dará origen a ese revestimiento esmaltado que conocemos
con el nombre de "azulejos".
Esta situación se continúa después de la muerte de Asurbanipal (633) cuando Nínive cae bajo
los babilonios, quienes dominarán luego toda Asiria, y se prolonga hasta que Babilonia cae,
bajo Ciro (539), en poder de los persas.
En cuanto al arte de los persas, es decir, el del país que se extiende en la meseta del Irán, desde
el río Tigris hasta el Indus, ha sufrido, por un lado, la influencia de sus vecinos los asirios y,
por otro, el de la civilización helena del Asia Menor. Comprende este arte cuatro períodos
perfectamente caracterizados: el Aqueménida, que va de 550 a 331 a. de J. C. Arte de los
grandes monarcas concentrado en las residencias reales de Pasargada, Persépolis y Susa. Los
períodos Seléucida y Parto que abarcan del año 323 a. de J. C. a 226 de la Era Cristiana, en que
se hace notable ya la influencia de Grecia, y el período Sasánida de 226 a 636, de reacción
nacional contra el helenismo, apoyándose en el culto local a Zoroastro, antes de que el país sea
dominado por la religión musulmana.
Cultivaron los persas el arte de la arcilla esmaltada con gran perfección. Frisos enteros se
encuentran adornados con relieves de leones o de arqueros, en que la parte que sobresale del
paño del muro presenta una superficie bellamente esmaltada. Tal, por ejemplo, el famoso
relieve llamado de Los Inmortales. El último período, el Sasánida, alcanza hasta la época del
arte bizantino, sobre el cual ejerce, indudablemente, gran influencia, como a su tiempo
veremos. En general, el rasgo característico del arte persa consiste en el predominio de la
arquitectura, y su característica radica en la preferente y casi exclusiva construcción de tumbas
y palacios.
RELIEVE CINEGETICO ASIRIO. Ejecutado probablemente hacia el siglo VII a. de J. C., este
relieve es una muestra magnífica del arte mesopotámico. Representa al rey en una partida de
caza, siendo notables la síntesis y el realismo de la forma.