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ARTE - El arte en la América precolombina
Los pueblos que habitaron el continente que hoy conocemos con el nombre de América, fueron
grandes artistas. Existen semejanzas étnicas y plásticas que han hecho suponer que estos
grupos de hombres recibieron una influencia migratoria o, por lo menos estilística de los
asiáticos. Científicamente nada de esto se ha demostrado.
Por lo que a escultura se refiere podemos encontrar en los diversos grupos raciales, que hoy
denominamos culturas, manifestaciones de primer orden. Así, los pueblos de civilización
náhoa, que se extienden desde el núcleo central de México hasta la parte norte de Sudamérica,
producen, en sus diversas etapas, esculturas muy vigorosas.
Los llamados toltecas se caracterizan por un arte escultórico de líneas más bien rectangulares y
por una imaginación muy despierta que reviste de formas fantásticas a su famoso dios
Quetzalcoatl, la serpiente emplumada.
Los aztecas que dominaban en casi todo el país de México a la llegada de los españoles, sabían
tallar en basalto figuras simbólicas de gran emoción religiosa, como el gran monolito de la
Coatlicue, la diosa de la tierra y de la muerte; el llamado Calendario Azteca, el Cuauxicali de
Tízoc, el gran Cuauxicali en forma de tigre, piedras éstas para recoger la sangre de los
sacrificados. Sabían también esculpir retratos de gran realismo, como la cabeza del Caballero
Aguila y la del hombre muerto.
Los mayas, que dominaban la península de Yucatán y Centroamérica ofrecían una escultura
sensual, trabajada en piedra suave, caliza, la cual forma la estructura de esa región y nos
dejaron un conjunto de estatuas, de estelas y de bajos relieves que producen la idea de una
vida muelle y agradable. El llamado Cuadrángulo de las Monjas, en Uxmal, es de tal armonía
que recuerda las obras griegas.
Los pueblos de la costa del golfo, totonacos y huastecos son también escultores y su arte se
relaciona íntimamente con el arte maya, como pueblos de una misma familia. Los totonacos
llegan a crear mascarillas sonrientes que indican gran refinamiento y dotes de observación,
puesto que captan una de las manifestaciones más espirituales del hombre: la risa.
Los tarascos, en su región de Michoacán, lograron verdaderos aciertos escultóricos realizados
en cerámica; es decir, que de una manifestación puramente industrial, como es la cerámica o el
arte de la arcilla, ellos han logrado crear una expresión de arte elevada: esculturas humanas y
de animales, llenas de gran verdad e impregnadas a veces de un sutil humorismo. Los
zapotecas de la región del Estado de Oaxaca son también escultores en arcilla, pero sus
creaciones son todas terroríficas, pues las urnas famosas que elaboraron, representan deidades
fantásticas y espantables.
Los pueblos del continente del Sur, son también escultores, aunque su mayor expresión
artística se encuentra en la arquitectura. Por una parte tenemos la escultura en forma de
paralelepípedo, cara en la región de Tiahuanaco. Por otra parte, los relieves de las regiones
peruanas, que parecen prolongarse hasta la época colonial en los finos adornos que
encontramos en las iglesias del Titicaca y de Arequipa. Y así como en México existió una
escultura cerámica, los hombres del Sur supieron crear maravillosas esculturas en barro. Los
famosos huacos de la civilización llamada chimú representaron seres humanos, con una
realidad y una gracia humorística que los coloca, indudablemente, entre los más importantes
del mundo en su género. Coincidencia interesante: esta manifestación artística se asemeja
mucho a la de los indios tarascos de Michoacán. Los vasos de la cultura pazca, estilizados, más
simples, más modernistas por así decirlo, buscan, por ende, un arte más subjetivo, que para
nosotros es de gran mérito. Los incas logran obtener una cerámica de tipo más clásico: parece
emparentarse con la griega por lo menos en las formas.
LA COATLICUE, DIOSA DE LA TIERRA Y DE LA MUERTE. Tallado en basalto, este
monolito es una joya del arte azteca. La pieza denota un depurado sentido constructivo y
rítmico.