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ARQUITECTURA Y URBANISMO - La ruta de Occidente
GRECIA
La tierra de Heleno, personaje que según la Mitología (historia fabulosa de dioses y héroes) da
origen a los griegos, supone, en lo antiguo, una extensión mayor que su expresión actual. Su
geografía le asignaba el sur de la península italiana, incluida la isla de Sicilia, que compartía con los
fenicios; tierras éstas llamadas la Magna Grecia y pobladas por los dorios. Además, las costas del
Asia Menor e islas adyacentes, habitadas por los jonios, que le transmitieron su denominación. Y,
finalmente, el sur de los Balcanes, desde la Macedonia hasta el mar, cuyas costas configuran
repetidas penínsulas, golfos e islas. En este ambiente último, donde se operó con frecuencia la
fusión de los dos pueblos fundamentales, floreció, en la pequeña expresión del Atica su capital, la
minúscula Atenas: ejemplo perdurable en el arte de ese juego de continencia, serenidad y belleza
asociadas en el aticismo.
Su cronología (término que procede de Cronos, dios griego del tiempo) permite anotar en el año
3000 a. de C. el origen de una primera etapa de construcciones que, desenvolviéndose hasta las
proximidades del 1100 a. de C. (época de las invasiones de los dorios), se caracteriza por el uso de
utensilios de bronce. Se la llama, en la historia de la Arquitectura, edad prehelénica; y es seguida de
un período breve en que el instrumental ya es de hierro, alcanzando la proximidad del siglo VII.
Desde este momento hasta el año 323, en que el rey macedonio Alejandro el Grande muere después
de haber realizado extraordinarias conquistas, prospera la más brillante cultura, entre cuyos
capítulos (le actividad plástica cabe anotar maravillosas creaciones a cargo de arquitectos. Este
período se denomina helénico; y desde su término hasta el año 146, en que los romanos conquistan
a Grecia, corre una etapa tercera, de expansión de la arquitectura griega por tierras de Africa y de
Asia gobernadas por los generales de Alejandro, en calidad de sucesores del gran conquistador. Se
califica a la arquitectura de este tiempo como helenística.
En el período primero, el pequeño palacio, consecuencia del influjo heteo, aparece con el nombre de
megaron; le acompañan algunas tumbas circulares, a cúpula, denominadas tesoros; se construyen
características fortificaciones, hechas con grandes piedras rústicas, calificadas como ciclópeas (por
haber los mitos explicado su construcción como obra de un pueblo de gigantes forzudos, los
cíclopes) ; y en ellas se practican puertas con tres piedras grandes (dos jambas soportando un
dintel) con neta técnica de trilito.
El palacio de Knosos, en la isla de Creta; los de Micenas y Tirinto, en la península Balcánica y los de
Troya, en el Asia Menor; el tesoro de Atreo, en Micenas, y la puerta llamada de los Leones (alusión
a un par de estos animales que en postura rampante ostenta en su decoración superior), existente
en la última ciudad nombrada,  constituyen ejemplos típicos de la arquitectura del primer período.
A su lado, asoma en el recuerdo la figura probablemente legendaria del arquitecto Dédalo, que
habría erigido el palacio cretense del rey Mirlos, en Knosos, conocido desde antiguo como el
intrincado Laberinto.
El período segundo brinda el cuadro armonioso y perenne de una arquitectura magistral, cuya
lección reciben con veneración los arquitectos de Occidente. Ejecutada corrientemente en piedras
varias (después de una iniciación en madera) ; muchas veces en blancos mármoles procedentes del
monte Pentélico o de la isla de Paros; con felices alianzas pactadas con la escultura y toques finales
de pintura, muchas de sus ruinas, ennoblecidas por la pátina de alrededor de inconfundible sello a
su labor. Ella se patentiza en los órdenes, creación singular en que las arquitecturas se
desenvuelven en tres etapas horizontales sucesivas: el basamento, generalmente con grandes
escalones (estilóbato); el juego
de 25 siglos, se exhiben hoy ante los hombres llamando a su
sensibilidad y amor por el arte.
Desenvueltos sus caracteres iniciales —en lo que llamamos formación arcaica— entre los siglos VII
y VI a. de C., alcanzan la cúspide de su perfección en su formación clásica —siglos V y IV—; para
desembocar, ya decadente a partir de Alejandro, como sustentáculo de una arquitectura griega de
expansión. El palacio anterior (megaron) brinda ahora su planta para organizar el templo, la obra
fundamental de la arquitectura griega, cuya técnica de platabanda procede de Egipto y cuyas
columnas, a la inversa de lo acontecido en el país africano, lucen en este caso al exterior.
La alianza substancial, orgánica y equilibrada, que entre construcción y decoración se cumple en
Grecia, es lo que de columnas en hileras (intercolumnio) y el coronamiento (entablamento),
descompuesto en tres partes: el arquitrabe, el friso y la cornisa. No alterando este ritmo el remate en
triángulos aplastados (frontones) en que concluyen algunas fachadas por imperio de los techos
dispuestos a dos aguas (faldones).
Estos órdenes, dentro de su natural evolución, campean por sus formas propias y por sus espíritus
diferenciados.
Dos son los fundamentales: obras de los dos pueblos griegos importantes, llevan el nombre de
dórico y de jónico. Representan en su dualidad los dos espíritus de la Grecia; se pronuncian,
respectivamente, por la fuerza y la serenidad y por la gracia y la elegancia.
Frente a estos órdenes, los más empleados, otros conviven con ellos: así una suerte de
simplificación (atrofia) del
dórico genera el hoy conocido como tos-cano; y una suerte de
magnificación (hipertrofia) del jónico produce el corintio. Una sustitución de columnas, en el orden
dórico, por formas humanas masculinas, brinda el atlántico (servido por atlantes, gigantes); y la
misma sustitución operándose en el jónico, por cuerpos femeninos, produce el cariátide (servido
por hijas de Caria, tierra de Asia Menor un día sojuzgada por Grecia). Finalmente, el reemplazo de
las columnas, de planta circular, por pilares de planta rectangular, origina el orden llamado ático.
Aparte de lo dicho, los órdenes, mediante adecuados recursos, que salvan, entre otras dificultades,
las que provienen de la distinta proporción, admiten su convivencia en una misma planta y la
colocación de sus conjuntos en pisos sucesivos. Llámase órdenes combinados a la solución primera;
y órdenes superpuestos a la segunda.
Con la ya descrita técnica constructiva y órdenes formales, bajo su cielo profundamente azul,
adecuados a su bello clima marítimo y dentro de lugares selectos por su natural belleza y amplias
perspectivas, Grecia erigió magníficos monumentos. Colocados frecuentemente en la cima o en las
faldas de sus colinas, encerrados en recintos a los que se penetraba por entradas monumentales, los
propíleos, sus obras principales fueron los templos, los teatros, los estadios (de 600 pies de largo) y
los gimnasios o palestras.
Rodeados los templos, casi todos de planta rectangular, por una fila de columnas, titúlanse
perípteros; y cuando rodeados por dos filas de ellas, dípteros; dividiéndose su planta, fuera de las
alas frontales y laterales servidas por las columnas, en tres valores: la antenave (pronaos), la nave
(naos) y el tesoro (opistódomo), corrientemente sin comunicación con la nave.
Importantes fueron los templos dóricos, de Poseidón (Neptuno) en Paestum, Italia meridional, y los
sicilianos erigidos en Agrigento, Siracusa y Selinonte; y de especial manera los atenienses: así, el de
Teseo, y el de la diosa Atenea (Minerva), denominado el Partenón, obra del siglo v, ejecutada bajo
el gobierno de Pericles por el escultor Fidias y los arquitectos Calícrates e Ictino. Entre los templos
jónicos de Asia, figuran el de Apolo en Samos y el de la diosa Artemisa (Diana) en Efeso,
considerado en la antigüedad como una maravilla; en Atenas contaron con uno de tres cuerpos, el
Erecteo, y otro, pequeño y fino, dedicado a la Victoria sin alas (Niké áptera) .
Los teatros que honraron al dios Dionisos (Baco) fueron trabajados a cielo abierto, usando para
alojar al público graderías talladas en la roca; dispusieron de un amplio espacio para el desarrollo
de los cuerpos de coro y bailes, la orquesta, a cuyo fondo surgía el escenario, una simple y estrecha
tribuna. Atenas, Segesto y Taormina, en Grecia la primera y las restantes en Italia, contaron con
importantes teatros.
El período tercero se desenvuelve particularmente en Egipto, gobernado por los Ptolomeos; y en
tierras asiáticas, en dirección al Indostán, donde se distinguen Pérgamo, Mileto y Halicarnaso (Asia
Menor) y Antioquía (Siria), bajo la dirección de los reyes Atálidas la primera y Seléucidas la última.
En estos medios ambientes nuevos, la arquitectura griega acepta las técnicas del arco y de las
bóvedas que conviven con la antigua solución de platabanda; y con un doble juego, por momentos
de continuidad del espíritu clásico y por momentos de reacción contra él, sus formas, ahora
agrandadas, nerviosas, confusas y movidas, concluyen en lo que un día será calificado como
barroco.
A los edificios característicos de la etapa anterior se agregan ahora, producto de nuevas exigencias
políticas y sociales, los palacios reales, las edificios municipales (beleuterios), los altares gigantes,
las tumbas monumentales, los baños públicos, los museos (casas de las musas) y las bibliotecas.
Entre las obras ejecutadas logrará fama imperecedera la torre de la isla de Pharo, frente a
Alejandría, que, obra del arquitecto Sóstrato de Cnido, legará su nombre a las que, al servicio de la
marina, construirá la ingeniería posterior. También fueron famosos el altar descomunal de Zeus, en
Pérgamo; el Museo y la Biblioteca de Alejandría, en Egipto; el beleuterio de Mileto; y la tumba que
dispuso construir la reina Artemisa de Caria, en Halicarnaso, para alojar el cadáver de su esposo
Mausolo, hecho que diera origen a la calificación como mausoleo, de todas las tumbas importantes
construidas posteriormente.
Frente a este cuadro de riqueza, la casa de familia modesta, organizada probablemente en sólo
planta baja, con patio central porticado (peristilo), será el punto de partida de la obra posterior,
romana, conservada en las ruinas de Pompeya y en las tradiciones españolas. De dos cuerpos a
veces, uno está dedicado a las actividades de los hombres (androceo) y otro, íntimo, a la vida de la
mujer y de la familia (gineceo)
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