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ARQUEOLOGIA - La Edad de los Metales en América
SINTESIS
Tampoco existen, desgraciadamente, estudios modernos de síntesis, comparativos, acerca del
conocimiento de la metalurgia del conjunto de las culturas americanas. Por esto necesitamos
basarnos en el que Arsandaux y Rivet realizaron en tiempos ya algo antiguos. Sin embargo, el
estudio directo de los elementos arqueológicos a que ellos se libran y los análisis químicos que
nos presentan, permiten llegar a conclusiones generales muy interesantes, susceptibles de
darnos una visión global de la metalurgia americana. Gracias a esto podemos establecer que las
grandes culturas del Nuevo Continente conocieron el oro, la plata y el cobre y los manejaron
con una habilidad bastante considerable. Que la técnica del trabajo fue por martilleo y fusión.
Que mexicanos y chibchas conocieron la fundición a cera perdida y la filigrana, con sus
correspondientes sistemas de soldadura. Que ambas culturas estuvieron en condiciones de
enchapar en oro la plata y el bronce y que la última de ellas supo dorar el cobre. Que todas las
culturas americanas mezclaron este último metal con el estaño, que adicionaban,
empíricamente, en proporciones variables.
Sin embargo, los mexicanos parecen haber llegado a una cierta relación entre la forma y
destino de sus objetos a base de cobre y el empleo o no empleo de aleaciones circunstanciales:
así, muchas de sus hachas son enteramente de cobre, en tanto que la inmensa mayoría de los
punzones, agujas y puntas de lanzas y de flechas contienen todos una mayor o menor
proporción de estaño, que aumenta su poder penetrante.
Aunque la técnica metalúrgica mexicana se opone, en muchos de sus aspectos, a la colombiana
—especialmente por su ignorancia de la plata, el bronce y el plomo—, ambas se han influido
recíprocamente. Los mexicanos aprendieron de los chibchas y de los de Chiriquí la confección
de filigranas y enchapados. En opinión de Arsandaux y Rivet, les enseñaron, en cambio, la
combinación del cobre con el estaño para formar el bronce. Como los peruanos conocieron de
antiguo el bronce (así como el oro, la plata y el plomo), este conocimiento técnico aproxima
grandemente las metalurgias de México y del Perú. Para los autores citados esto indicaría la
influencia ejercida por una cultura sobre la otra, cosa únicamente posible gracias a
intercambios comerciales efectuados por vía marítima. En efecto, si el tránsito de artículos o
artífices metalúrgicos se hubiera efectuado por tierra, ello no habría podido menos que dejar su
huella material en los ajuares funerarios de las regiones intermedias (si se hubiera tratado del
envío de instrumentos), o de esta o de cualquier otra manera si se hubiese tratado del caso de
los manufactureros. Como ni una ni otra cosa ha ocurrido, es lícito suponer que la vía marítima
fue la utilizada para estos préstamos.
Esto es perfectamente posible, por lo que se sabe del avance en el conocimiento de la
navegación, por parte de aztecas y de incásicos. En efecto, en lo que respecta a México, Grijalba
encontró una embarcación bastante grande en el golfo de México, cuya envergadura, así como
el atuendo e instrumental de sus ocupantes, le revelaron la importancia de la cultura mexicana
aun antes de haber puesto pie en tierra de México. Otro tanto ocurrió con el piloto Bartolomé
Ruiz y sus acompañantes, quienes hallaron en el mar del Sur, frente a las costas del norte del
Perú o del sur del Ecuador actuales, una gran canoa, ricamente labrada, con tapices y
colgaduras de precio, en la que bogaban indígenas comerciantes, con un instrumental tan
completo para el caso que hasta una balanza llevaban para pesar sus productos. Y en estas
regiones tales barquichuelos debieron de ser algo frecuentes, a juzgar por la repetida muestra
de ellos, reproducidos como adornos en la cerámica chimu. Algunos de sus vasos funerarios
presentan esas embarcaciones tripuladas por sólo una pareja de remeros, enfrentados, pero
otras nos muestran ocho o diez de ellos, tripulando embarcaciones de mucho mayor porte.
Tales testimonios arqueológicos, así como su corroboración por parte de las fuentes históricas,
nos muestran la posibilidad de que, efectivamente, la vía marítima fuese la empleada para
aquellos contactos.
Además, viejas crónicas y relatos de conquistadores y marinos anuncian haber recogido
narraciones de esos viajes marítimos primitivos de labios de los autóctonos. Esto indicaría la
persistencia en el folklore de borrosas tradiciones, denunciadoras, sin embargo, de un fondo
histórico de hechos verdaderos. Por último, ratifican estas probabilidades, tanto otros
elementos culturales afines —la forma piramidal escalonada de ciertos templos mexicanos y
peruanos, el hallazgo de hachas iguales a las mexicanas en la costa del Ecuador, etc.—, la
existencia de conchas marinas, provenientes de la América Central, en tumbas ecuatorianas y
peruanas. Todo este conjunto de circunstancias, pues, induciría a creer en la posibilidad de
muy antiguas comunicaciones mexicano-peruanas, portadoras del conocimiento de la
metalurgia.
VIDA DE LOS MAYAS. Esta escena, tan llena de interés, que nos muestra detalles de la fauna,
flora, viviendas, embarcaciones, vestidos y armas, es un fresco del templo de los Guerreros, en
Chitchen Itza. Según Iforley.
Sin embargo, quedaría en pie la investigación referente a cuál de estas culturas es la realmente
inventora de esta industria. Contrariamente a lo que algunos autores han supuesto, basándose
en el gran adelanto industrial y cultural de México, el
examen comparativo de aquellas
metalurgias locales revela, más bien, la prioridad de la peruana. Esto se basa en un más grande
desarrollo de las técnicas de utilización del bronce y de la plata en el antiguo Perú. Parece ser
que el punto de origen de la difusión del bronce
hubiese sido la meseta altoperuana y
boliviana, de donde
este conocimiento habría irradiado luego sobre la costa del
Perú,
expandiéndose más tarde por la vía marítima, en la forma antes indicada. Su introducción en
México parecería
haber ocurrido en épocas mucho más tardías, lo que explicaría su corto
desarrollo para la época de la llegada de Cortés.
En cambio, la plata habría tenido su centro de utilización en la propia costa peruana
(especialmente al Norte, en la región del Gran Chimu), de allí se habría irradiado en todas
direcciones: por mar sobre Centroamérica y México; por tierra sobre la meseta altoperuana y,
luego, sobre el norte de Chile y el noroeste argentino. Ello explicaría, en México —y frente al
corto desarrollo industrial del bronce— la existencia de una industria de la plata muy
avanzada, con formación hasta de una especie de gremios de artífices, que llamaron justamente
la atención de los conquistadores europeos. Entre ellos la metalurgia llegó a alcanzar categoría
de verdadera orfebrería y sus artífices lograron honores y riquezas, siendo considerados como
verdaderos artistas a quienes no debían requerírseles otras obligaciones que las de aquel
trabajo, verificado como ocupación exclusiva. Sahagún y otros cronistas nos hablan con
largueza de aquellos verdaderos gremios indígenas, en que los aztecas dividieron a sus
trabajadores manuales. Carpinteros, constructores de viviendas y otros, se agruparon de esa
manera. Pero, entre ellos, los metalúrgicos constituyeron una auténtica aristocracia del trabajo
manual, tanto por la belleza de su producción como por los privilegios, distinciones y honores
que por ella alcanzaron.
Si bien la distinta y menos perfeccionada organización social de los otros agregados humanos
impidió en la América del Centro y del Sur la existencia de gremios, ello sólo significa una falta
de su organización social y no una falla de su industria.