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ENFERMEDADES DEL SISTEMA CIRCULATORIO

TRATAMIENTO DE LA HEMORRAGIA CEREBRAL


Después de sobrevenida una hemorragia cerebral, el médico debe esforzarse en evitar nueva efusión de sangre, y favorecer la absorción del derrame ya efectuado. El tratamiento varía según los síntomas.

Si la cara estuviese roja o hinchada y el pulso fuerte, conviene practicar la sangría del brazo; colocar al enfermo en una posición tal, que la cabeza quede elevada; desnudarle para que los vestidos no dificulten la circulación en el tronco del cuerpo; aplacar en la frente paños mojados en agua fría. La cantidad de sangre que debe sacarse varía según la edad y la constitución del enfermo (360 a 500 gramos). Los casos en que es de necesidad el recurrir a la sangría son, sin embargo, los menos frecuentes.

Los sinapismos son útiles en todas las apoplejías; deben aplicarse inmediatamente en los músculos y las piernas. Las sanguijuelas detrás de las orejas, o las ventosas escarificadas en la nuca, en ciertos casos, pueden sustituir o completar el efecto de la sangría del brazo. Las emisiones sanguíneas no puedan curar la rasgadura de los vasos sanguíneos y del cerebro: solo combaten la congestión que puede ser causa de nueva hemorragia, y no deben ser empleadas sino cuando la congestión se hace manifiesta por la fuerza del pulso y la turgencia. No son convenientes en las personas ancianas ni en los individuos débiles.

Después de las emisiones sanguíneas, empléense los derivativos sobre el canal intestinal; estos medios convienen en todas las apoplejías, 15 gramos de aceite de ricino, o 60 gramos de sulfato de magnesia, o infusión de sen, o 5 centigramos de emético en 500 gramos de agua. Para bebida a pasto, el agua fría, la limonada de limón o la naranjada. Debe guardarse riguroso silencio y tranquilidad al rededor del enfermo.

Si el pulso estuviera débil y la piel fría, en vez de sacar sangre, se debe excitar la sensibilidad, sostener las fuerzas desfallecientes, frotando el cuerpo con cepillo, bayeta mojada en agua de Colonia, o en linimento amoniacal; aplicando sinapismos en las piernas y en los muslos; administrando la infusión de melisa y la poción antiespasmódica de la Farmacopea española. Jamás se debe emplear la sangría en las personas ancianas o los individuos de constitución pobre; en estos casos conviene recurrir únicamente a la poción antiespasmódica con éter y a los purgantes: aceite de ricino, sulfato de magnesia, infusión de hojas de sen, o 5 centigramos de emético en 500 gramos de agua. Un té o un café ligeros son útiles en el coma prolongado.

Cuando el enfermo ha atravesado la fase de los primeros accidentes, que pueden durar de dos a tres semanas, importa esperar a que la naturaleza haya hecho desaparecer, por absorción, la mayor parte de la sangre o de la serosidad derramada. Toda intervención prematura para combatir la parálisis o el debilitamiento de la inteligencia, seria inoportuna o peligrosa. En este período, no hay que administrar medicamentos: el enfermo debe limitarse a observar las reglas higiénicas, usar de un régimen suave, y tener el vientre corriente.

Tres o cuatro semanas después del ataque, se puede tentar el tratamiento de las parálisis consecutivas al ataque. El tratamiento consiste en amasamiento; fricciones por el cuerpo con bálsamo de Fioraventi, linimento amoniacal, linimento estimulante, linimento de Rosen; vejigatorios en la nuca y en el espinazo, electricidad, baños minerales sulfurosos calientes y baños salinos.

Los individuos predispuestos, o sujetos a las congestiones cerebrales, deben ser sobrios y usar poco de bebidas alcohólicas; comer más vegetales que carne, evitar las emociones fuertes y los ejercicios violentos; mantener el vientre arreglado con lavativas de agua templada simple, o con píldoras de acíbar; evitar que el cuello esté muy cerrado por la corbata, mantener los pies calientes y al abrigo de la humedad; la cama debe formar un plano inclinado desde la cabecera a los pies.

El tratamiento de la apoplejía serosa es el mismo que el de la sanguínea: sangría, cuando el pulso está fuerte y el rostro hinchado; sinapismos, fricciones estimulantes por el cuerpo, y poción de éter, si el pulso estuviese débil y el cuerpo frío.

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